El siguiente es mi primer relato presentado en el Foro de Fantasía Épica [
www.fantasiaepica.com] para un concurso de relatos breves; de los primeros cinco puestos, este relato obtuvo el quinto puesto (compartido).
Abajo se adjuntan las bases para el reto literario.
La idea es escribir una
historia situada en un mundo post apocalíptico, entendido como tal un mundo en
el futuro o en una época indeterminada, que ha sufrido una gran catástrofe que
ha arruinado y destruido el mundo tal como lo conocemos, causando la extinción
total o parcial de la humanidad, en palabras simples, un mundo hecho mierda.
Ejemplos de libros post
apocalípticos son Soy Leyenda de Richard Matheson, la danza de la muerte de
Stephen King o la Carretera de Cormac McCarthy, y en cuanto a películas
montones y montones.
Las razones del Apocalipsis pueden ser varias (epidemia zombi, pandemias,
guerra nuclear, invasión zombi, crepusculo, etc, etc), incluso pueden dejar la
razones del mismo en la nebulosa. El tono del relato puede ser dramático,
humorístico, parodico o erótico, solo debe estar situado en un mundo post
apocalíptico.
Cuenta Regresiva
Cinco…
Eran las semanas que
habían pasado desde el día que el mundo se conmoviera sobre sus cimientos,
acabándose la vida tal cual se conocía hasta entonces.
Lo habían llamado de
muchas maneras: Profecías Mayas, La Ascensión, El Proyecto Illuminati,
Activación Tánatos, La Desencarnación, El Día de los Muertos Vivos… pero para
todos los sobrevivientes, simplemente, pasó a llamarse el Día de la Cosecha.
Nunca me había
parecido un nombre tan certero y adecuado.
Cinco también fueron
los días que había durado La Cosecha en todo el mundo, o eso decían. Días de
tremenda angustia, de desconcierto, mientras los desastres naturales se
sucedían en todo el planeta, que se debatía en un esfuerzo supremo por hacer lo
que estaba destinado a hacer. La primera fase de su cambio largamente
anunciado.
Y junto con los
desastres, Ellos habían aparecido, prometiendo, coaccionando, invitando,
engañando, raptando. Habían adoptado formas distintas, sugerentes y atractivas
unos, horrores indescriptibles otros, para asegurarse que podían llevarse abiertamente
lo que habían codiciado y escamoteado durante milenios.
Por falta de
información (o exceso de ella, según se viera), nadie había podido detenerlos
entonces y todo parecía indicar que tampoco se los podía detener ahora. Aunque
me niego a creer tal hecho, porque siento que aún hay esperanzas.
Cinco también éramos
los sobrevivientes de un grupo de quince personas.
- ¿Crees que
vendrán? – preguntó ella, pero en su voz aguda no había una real pregunta, sino
una monotonía nerviosa mientras miraba por la ventana tapiada de la iglesia
hacia el pueblo muerto, con sus casitas abandonadas y chamuscadas, pero no
deshabitadas.
Definitivamente, no
deshabitadas.
- Si – respondí, sin
dejar de revisar los tablones – Escapamos por los pelos de esa plaza, y el sol
todavía los detiene ahora, pero vendrán… incluso antes, tal vez.
- ¡Pero si nos
atacaron al amanecer! Están ahí afuera, esperando a que salgamos.
En parte, tenía
razón.
Habíamos entrado en
el pueblo demasiado confiados en lo pequeño y abandonado que se veía. Ninguno
de nosotros había esperado que tan cerca del amanecer esas cosas salieran en un
último intento de conseguir comida; o habían evolucionado, o estaban igual de
desesperados que nosotros por conseguir alimento fresco.
Cuatro…
Eran los signos que
habían aparecido en el cielo nocturno aquel día de Diciembre, cuatro también
habían sido las columnas de fuego avistadas en América del Norte, Europa, Asia
y Australia. Habían sido los precursores del desastre final y aunque yo no
había podido verlos, sí había podido sentirlo como un puñal en el corazón.
Había gritado hasta quedarme afónico.
Millones de personas
desaparecieron cuando Ellos vinieron y se los llevaron en medio del caos,
dejando atrás las retorcidas carcasas de los Elegidos… o de sus víctimas.
Los que quedamos,
los que resistimos, los que luchamos, o simplemente los que fuimos descartados,
tampoco terminamos de ponernos de acuerdo al respecto de la clasificación de los
desaparecidos: elegidos o víctimas; sea como fuere, en lo que todos acordamos
era en el hecho que desde entonces nos habíamos convertido en presas.
Cuatro eran los
autos en los que habíamos llegado (ahora fuera de nuestro alcance); cuatro eran
también las balas que nos quedaban en la única arma que conservábamos.
- Si, están ahí,
pero todavía los detiene. Los volvió más lentos – murmuré y, antes de que se entablara
una discusión, desvié la conversación - ¿Cómo están…?
- El doctor agoniza,
su mujer está destrozada… - dijo, con la voz quebrada al recordar lo que nos
habían dejado en esta situación – Perdió a su hijo. No debimos venir…
- No había otra
opción, y lo sabes – la voz grave de él apareció en escena y, pese a todo, me
sentí aliviado de que estuviera cerca – No haremos escándalo otra vez.
- ¡Dios, era un
niño! – gritó ella con el rostro desencajado.
Su voz se extendió
por la nave de la iglesia, levantando ecos, atrayendo la atención de la madre
destrozada; a su lado, su esposo agonizaba por las heridas del violento ataque.
Por un momento, la mujer nos miró, luego su llanto se elevó en el aire silencioso.
No sentí pena alguna
por la mujer; algo en ella había provocado nuestro desastre actual.
- No pronuncies eso,
no lo invoques. No existe – gruñó él aunque le valió una mirada feroz de parte
de ella – Y si existe, somos su alimento.
En cierto punto me
sorprendió su reacción; había desprecio por la expresión religiosa (como
siempre), pero, en esta oportunidad, también había cierto temor, inseguridad.
- Era sólo una
expresión – adujo ella, con un rictus agrio en su boca.
Guardé silencio,
esperando que él dijera algo; pero no lo hizo. Era un hombre de pocas palabras
antes, y ahora era más hosco que de costumbre. Deseé que ella se callara, pero
no ocurrió.
- Fue tu idea que
viniéramos aquí, podríamos haber aguantado más en campo abierto – dijo con voz
acusadora – Estamos atrapados, y una madre ha perdido a su hijo…
- … y ese hijo se
arrastrara hacia ella para comérsela – dijo sin levantar la voz.
Yo suspiré, ella se
sobresaltó y él prosiguió con cruel veracidad: - Se levantará convertido en una
Larva y vendrá tras su madre. Con mala suerte para nosotros, será una Sombra. Los
cuerpos pequeños a veces resultan más viables para esas cosas.
Tres…
Solían ser las horas
requeridas para ver si un cuerpo sin vida se convertía en recipiente del horror
y de lo cósmico, de la biología corrupta y contrahecha de una evolución
demente, y de un alma torturada condenada a la carne. Aunque esa última parte
(mi hipótesis) no podía comprobarla, y era un motivo de discusión entre él y
yo.
Tres veces había
visto a un cuerpo muerto levantarse, convertido en una Sombra, arrastrándose,
chillando como un niño, gruñendo como una bestia, sorbiendo y regurgitando
mucosidad.
Tres también habían
sido las veces que había sobrevivido a un encuentro mortal con una de esas
cosas; algo en mi interior había sido más fuerte que la voracidad y el caos. Era
por eso que yo creía en las palabras que dije entonces, aunque no me creyeran
luego, tratándome de loco.
- No se te ocurra
decirle nada de eso – advirtió ella con un hilo de voz – No te atrevas a ser
tan cruel, ya lo sabe. Lo ha visto pasar a otros. Todos lo hemos visto.
- Nunca le había pasado a ella – dijo él, tranquilo – Larva o Sombra, su hijo la buscará… lo
verá y querrá recuperarlo; y esa cosa la llamará. Si sobrevivimos... – se
interrumpió – Más nos valdría encerrarla, no podemos cuidarla y no creo que nos
sea de utilidad en su estado.
- ¿Encerrarla…? –
preguntó, horrorizada - ¿Y por qué no los abandonamos también?
- Tiene razón, hay
que atarla – dije – Si viene, la atormentará tanto que hará que se entregue o
la volverá contra nosotros; no podemos darnos ese lujo. No se alimentan
solamente de carne… al menos no todos lo hacen, algunos parecen sacarle mas
provecho al sufrimiento emocional.
- No voy a atarla – al cabo de unos segundos, contrariada, agregó
– Hablaré con ella.
Dicho eso, se
marchó. No obstante, él se quedó donde estaba, también podía sentir sus ojos
sobre mí, aunque no sé qué le estaría pasando por la mente.
- La terminará
atando – sentenció y agregó – Y si no, lo haré yo.
- No lo dudo –
respondí, asomándome por la ventana, y mi voz sonó demasiado áspera.
Dos…
Habían sido las
veces que lo había esquivado, rehusando a estar a solas con él desde que
habíamos entrado en el pueblo. Pese al peligro y lo apurado de la situación,
seguíamos enojados, los sentimientos que nos unían eran contrapuestos, siempre
lo habían sido… nuestro fin en el Apocalipsis parecía que no iba a cambiar eso.
Dos eran también
nuestras posturas al respecto, nuestra forma de entender el mundo y lo que le
había pasado al mundo: él era racional y científico, y actuaba en consecuencia
con lo que su mente podía entender. Era excelente, y lo admiraba por ello. Yo
era emocional e intuitivo, y creía en lo que surgía de mi corazón, incluso a
veces escuchaba “voces”, y eran esas voces las que reforzaban mi voluntad en
momentos de crisis. Creo que eso, lejos de asustarlo, a él lo atraía.
Cuando me asomé por
la ventana tapiada, también dos eran las criaturas que se estaban acercando,
velozmente pese a la luz de la tarde.
- ¿Me culpas por
esto? – me preguntó él, con enojo y angustia en su voz.
- No, era un riesgo posible.
Y tampoco por lo otro – contesté y traté de transmitirle toda la verdad de mis
palabras con los ojos antes de agregar – Hay dos de esas cosas afuera.
Él había empezado a
sonreír, más por mi mirada que por mis palabras, pero la sonrisa se le esfumó
del rostro; se asomó para observar entre las rendijas a las dos figuras retorcidas
que se movían hacia nuestro refugio.
- Vienen más – gruñó
– No se parecen en nada a los zombies y vampiros de las películas que me obligabas
a ver antes de ir a dormir – murmuró él con ese humor que lo caracterizaba,
llevándose la mano al arma que llevaba oculta en la espalda – Evidentemente no
son vampiros, el sol ya no los está afectando.
- Tampoco se parecen
a tus aliens de documental – suspiré y cerré los ojos, temblando; ver cómo se
movían esas cosas me provocaba náuseas – Esto no puede terminar así.
El corazón empezó a
latirme desbocadamente, mi respiración se aceleró; podía sentir el horror que
estaba congregándose afuera nuestro, podía escuchar una letanía sin palabras
que quería lo que nosotros seguíamos teniendo y que ellos habían perdido.
Entonces, él me tomó
de la mano y me condujo rápidamente hacia el altar. Las dos mujeres estaban una
al lado de la otra, con el cuerpo del esposo de una de ellas moribundo sobre la mesa de mármol.
Él y yo nos detuvimos en la pequeña escalinata.
- No terminará… -
susurró él, miró hacia la cruz y más allá de la figura de Cristo; con torpeza
dijo algo que nunca creí que escucharía – No sé qué es, pero… siento que no
terminará aquí. Creo en esto – aferró mi mano con la suya y se la llevó al
corazón – Creo en ti, en lo que dijiste.
- Era un lugar santo
antes – murmuré, conmovido por su mirada sincera – tal vez podamos devolverle
su carácter sagrado. Ten fe.
Uno…
Solo fue el grito
que se elevó fuera de la iglesia, escalofriante y triunfal, angustiado y cruel,
lleno de odio por los vivos. Se le sumaron otros, respondiendo a la convocatoria.
Uno solo fue el
chasquido de la puerta principal cuando empezó a astillarse, uno solo fue el grito
sobresaltado de ella cuando una garra purulenta atravesó la madera.
Sólo vi a una de las
criaturas entrar, luego cerré los ojos.
Una sola vez escuché
el seguro del arma, lista para disparar las pocas balas que quedaban. Una sola
vez él susurró: - Estoy contigo – mientras aferraba mi mano, más fuerte.
Una sola vez
pronuncié en alto las palabras: – Terra et Vente, Ignis et Pluvia… defendete nos…
Una
sola vez sentí surgir la Luz, luego fui uno con la bendita Oscuridad.
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Los Elegidos |